He llegado, por fin; éste no es mi lugar, pero he llegado.
Antonio Gamoneda
Estoy acostumbrado a las despedidas.
Diría que he nacido en un muelle
y que paso el tiempo mirando el ir y venir de los trenes.
Es posible que sea como el pájaro reposado en los cables
y tenga la soledad como una certera compañía.
Ronca la tarde no puede deshacerse en los olvidos,
en su nieve he urdido un momento de silencio,
no sabéis cuanto silencio puede esconder un puñado de nieve.
A veces me parece que vivo en un mundo de noches,
guarezco en sus labios los errores,
¡maldita sea la sombra que besa mi suerte!,
Ahora descerrajo el alba,
sustento el calor de un cuerpo que no es el mío.
Una caricia, un abrazo, varios besos húmedos de flores
y esa mirada verde en la fuente del mar
me hace sostener un poco el día…
Recojo en gavillas todo lo que suma,
en torno al fuego hay un incendio intimo
prendido en todos los sarmientos de mi vida.
Si he de quemar los arbustos que sajan los desvanes
será una tarde
en que el crepúsculo necesite el púrpura
para aniquilar la agonía.
Antonio Gamoneda
Estoy acostumbrado a las despedidas.
Diría que he nacido en un muelle
y que paso el tiempo mirando el ir y venir de los trenes.
Es posible que sea como el pájaro reposado en los cables
y tenga la soledad como una certera compañía.
Ronca la tarde no puede deshacerse en los olvidos,
en su nieve he urdido un momento de silencio,
no sabéis cuanto silencio puede esconder un puñado de nieve.
A veces me parece que vivo en un mundo de noches,
guarezco en sus labios los errores,
¡maldita sea la sombra que besa mi suerte!,
Ahora descerrajo el alba,
sustento el calor de un cuerpo que no es el mío.
Una caricia, un abrazo, varios besos húmedos de flores
y esa mirada verde en la fuente del mar
me hace sostener un poco el día…
Recojo en gavillas todo lo que suma,
en torno al fuego hay un incendio intimo
prendido en todos los sarmientos de mi vida.
Si he de quemar los arbustos que sajan los desvanes
será una tarde
en que el crepúsculo necesite el púrpura
para aniquilar la agonía.
6 comentarios:
El dolor de la despedida crece con cada palabra de este agónico, pero hermoso poema tuyo, Fernando. No creo que pueda un@ acostumbrarse a las despedidas, quizá,sí, a resignarse. Qué remedio. Profundo...muy profundo...Fernando.
Besos
Me ha encantado Fernando; yo he sentido y siento muchas veces ese incendio dentro. y también odio las despedidas.
Un besazo
Yedra
Yo no puedo acostumbrarme...
No me gustan las despedidas. Partir es morir un poco. Y yo, he partido de unos cuantos andenes. Abrazos.
es una pena que existan tantas como para acostumbrarse...
pero es estupendo que nos lo puedas contar tan tan bonito...
besos
La vida es una continua despedida, pero caminar mirando hacia atrás no permite mirar hacia delante, vivir del ayer nos hace perder el presente y aunque los recuerdos, los adioses, los trenes, los muelles, los amaneceres... quedan en el olvido, existen nuevas auroras, nuevos holas, trenes que llegan y muelles donde desembarcar.
Amigo Fernando, si estás acostumbrado a las despedidas es que ha habido antes la misma cantidad de encuentros.
Un abrazo sin despedida.
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