Al terminar esas vacaciones, prepando su retorno, Gustavo, le acercó las chinelas y le dijo, toma, ¿las quieres llevar?. Sin inquerir nada, ¡pues el silencio provocado estaba repleto de palabras!, las tomó, le hizo un lugar en la valija. Comprendió que ese gesto era el signo del adiós entre ellos, para siempre. Con ese simple acto supo que alguien había ocupado ese espacio que ella misma le ayudó a descubrir en su corazón. Los dos habían crecido enormemente juntos, apoyándose en sus procesos restauradores, era tiempo de dejarse en libertad, repleta de vivencias, emociones y sentimientos encontrados emprendió el regreso sabiendo que nunca volvería a estar en ese lugar donde fué tan feliz.
M. Pilar Obreque B.
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2 comentarios:
Triste y bello.
Abrazos.
Gracias Fernando, eres muy generoso al dar tribuna a una aficionada a las letras, como lo soy yo
Gracias Ybris.
Saludos
M. Pilar O.
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