Yo perdí la virginidad, si alguna vez estuvo en algún rincón de mi cuerpo, en un almacén de alimentación. Me había deslumbrado con un aspirante a pijo, de voz ronca, estudiante de INEF y escalador hacia la cima de una vida superficial y absurda. Recuerdo que olía a humedad, a verduras y a ajos, el almacén. No me dolió, qué tontería. Quizá fuera porque más tarde supe –las comparaciones son odiosas- que el pobre tenía motivos para andar acomplejado por las dimensiones de su pene. A mí no me importaba en absoluto y creo que buena parte de sus problemas se hubieran acabado si no hubiera estado obsesionado con el tamaño de su polla. A los dos años escasos me dejó porque yo no cumplía el perfil de tía buena y con dinero que se había marcado él. Debía de ser el modelo en el que pensaba durante las largas horas que pasaba mirando si su mástil crecía a la misma velocidad que se encogía su cerebro. No elegí bien, lo reconozco, pero no me quejo. El problema es que yo nunca elijo. Alguien toca el botón de la máquina dispensadora y aparezco yo en lugar de un paquete de tabaco. El siguiente que insertó una moneda me duró trece años y dos hijos. Necesitaba el modelo esposa-madre-amiga-amante. Yo sólo ejercía dos, esposa-amiga, y al cumplir cuarenta se despertó su desespero por aferrarse al tren de la segunda oportunidad. Me dejó y se lo agradezco. Supongo que no me pareció mal soltar amarras. Con el tercero supe por fin qué era el sexo y cómo disfrutarlo y también la poca o mucha importancia que tiene en mi vida. Él era un artista bohemio, buena persona, de esos que creen que todo el mundo es bueno y tiene algo interesante y único que aportar. Por lo que nos intercambiamos nuestras personalidades originales e irrepetibles y, una vez reconocidas nuestras almas, partimos en busca de otras mentes-cuerpos que completen nuestro ciclo actual. A los tres, y otros que me dejo en el tintero, les agradezco el tiempo que estuvieron conmigo porque sin ellos y sin su manera de querer y de entender la vida yo no sería quien soy y jamás hubiera llegado a conocerme.
Carlota ex-nihilo
5 comentarios:
Carlota, es un excelente relato de autoreconocimiento. Además demuestra una mujer positiva ante la vida (seas o no seas tu). Enhorabuena
Somos lo que hemos vivido.
abrazos
Alba
Un buen retrato, irónico, de la mujer desencantada y visceral, es muy difícil sazonar con romanticismo cuando impera una razón tan lúcida.
Me ha gustado especialmente el simil mecánico de la máquina de tabaco. Muy bueno.
Un beso.
Soledad.
Vista así, a debida distancia, la vida tiene su encanto.
Porque al final nos conocemos y acabamos gustándonos.
Después de todo somos nuestros mejores amigos.
Y a veces los únicos.
Hermoso relato.
Fabuloso texto y maravillosa conclusión.
Besos
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