Todo es perpetuo en el atardecer.
Queda en la retina de quien mira
las sombras en genuflexión
ante el paso del cáliz y los óleos sagrados
en las manos del cura vestido con su estola,
y acompañado con el sonoro tintineo
con que toca a muerto una campanilla
llevada por un niño vestido de monaguillo.
Todos contemplan apesadumbrados
la casa a la que ha llegado la hora
y murmuran “a otro que lo llevan al Señor”
f.
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