allí, allí gime el viento.
En el crepúsculo soy tuyo,
una gota de sangre que conmueve,
la voz, el llanto,
el trueno que estremece,
el fugaz relámpago que canta.
Soy de un desierto habitado por almas.
Surge la lluvia y el silencio es húmedo.
Cada gramo que pierdo
se hace un nuevo cilanco
y allí es donde se refleja el cielo.
F
Disperso al aire cada uno de mis versos,
es posible que al caer del cielo sea la lluvia
o la nieve que en copos se estrella contra el suelo.
Soy apenas nada,
el eco último de una voz antigua,
la huella de un silencio herido,
la brisa húmeda del mar,
el viento frío en el páramo,
cada una de las gotas de rocío
que al abrir los ojos sientes en la cara,
el latido lejano del fuego,
el pájaro que en soledad te abriga...
o eso o a lo mejor
la caricia que todavía te debe el tiempo,
la luz de ese faro que te envuelve
los veintiún gramos de tu alma..
F
Desnuda serás como la nieve
un copo tras otro fundido entre mis dedos.
Hay ardientes cálices donde beber veneno
y un sudor de llamas ilumina la noche.
Detrás del alba
un reguero de susurros me abandona,
las hélices del tiempo
huelen el incienso,
a veces,
cometen el error de traerme flores.
Ebrio del color de las corolas
aún quedan cenizas en el jardín dormido,
mis manos guardan rastros de la luz
que la noche dejo entre nosotros.
Soy silencio.
Piedras diminutas.
Lágrimas del tiempo,
cayendo
lentamente
sobre un estanque.
F
Cuántas palabras cruzaron este puente
supieron de ti,
y en ti dejaron de ser sombra,
pulieron los vestigios del ayer,
sembraron árboles,
soltaron pájaros,
edificaron una alcancía,
un muro de piedra con su hiedra,
una casa con su fuego,
un dormitorio,
su cama,
nuestro lecho,
el deseo,
el amor.
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Hay mañanas donde las campanas se reservan los tañidos,
los ríos apenas se escuchan entre los ojos de los puentes,
los pájaros se ausentan y apenas su vuelo destaca en el cielo,
el sol se despereza entre las sombras,
los árboles empiezan a desnudarse lentamente,
los ancianos pasean perros silenciosos
y en sus miradas hay absortos recuerdos de otros tiempos.
Es otoño. Hay una bruma fría. Es domingo.
Debo recorrerte
como si fueras un día completo
en el que apenas cabe nada.
Eternizar mis pasos por tu cuerpo,
en esas calles y avenidas
donde el sol se reposa y me habla.
Esperarte en la boca,
en tus orejas y en la nuca
desnudando todas las palabras
y engendrando humedad
en los silencios que te arrastran.
Nada que tus pechos no conozcan harán mis manos,
pero espero deambular por ellos
y tomar el respiro de la sangre,
respirar en mi saliva una condena
que te haga gemir y desearme...
En tu vientre descansará mi boca
y mi lengua se someterá
a un juego de ochos y círculos perfectos.
Ya sé que entonces serás como la lluvia
y que en tu sexo un manjar me esperará caliente
para devorar las horas
y morir entre tus piernas
en el frenesí de un momento inolvidable,
sin lunas y sin estrellas,
en mitad de unas sábanas revueltas,
solos en el gesto impreciso y mecánico de tu gozo y el mío,
sudorosos y follando como unos locos antes de morir.
Este poema ya lo publiqué en marzo de este año
No es remoto el curso del insomnio,
atruena su rigor de selva
y se hace pastoso en el silencio
de una noche callada.
Regulo el latido.
No hay soledades más frías
que las que te sucumben.
Certera, mi piel me pide una derrota,
ese campo de exterminio
donde yo soy el incendio,
yo el bosque,
el pájaro
y el rigor del invierno.
Enhébrame al ocaso,
a la parte nocturna donde lo fugaz
se reserva el miedo.
Unos pájaros han sido la saeta del silencio,
lágrimas azules en el vértigo de la tarde.
Alguna vez sentí la lluvia enardeciendo la luz,
estrechaba el mágico sendero del fuego
haciendo del púrpura la humedad de la tierra.
Detrás de toda palabra se esconde un miedo, categóricos son los “no” que nos arrasan…después un silencio con su pasta de urdimbres respirado en las miradas. Esas miradas duras, breves e intensas dagas que arrecian como lluvia sobre el desierto de un desnudo…el “no” crece, se hace enredadera en la mente del otro y se va diluyendo su intención de sofocarlo según se repite metálico y conciso, precisión de cuchillo, de dardo envenenado…un “no” esgrimido y tocable como un muro donde nada ni nadie pernocta.
Sangra mi boca
y siento ese sabor dulce de la vida
empapándome como un milagro.
Habré de despertar y será noviembre,
¿dónde esconderé mi corazón
cuando tus manos me busquen en el aire?
Cada vez la luz resalta más la fuerza de la sombra
y ese viaje de muelles y estaciones vacías
donde el viento augura un retorno de ortigas,
una ánfora llena donde el vino es oscuro
y enturbia hasta el efecto de la lluvia.
Seré de nuevo la huella prendida a las calles
y derrumbaré aquellas tardes
en que el vértigo traía la caricia
oculta y ebria de la soledad.
F