Reúno una gavilla de sensaciones,
la mies del tiempo en un verano largo.
Tengo un ábaco cubierto de preguntas,
una certera llama,
la noche pronunciándose en el fuego.
Dudas respirándome en el pecho.
Cada latido una flor, una amapola,
un ramillete de cerezas,
una rosa roja olorosa y esquiva.
Todos los pájaros solitarios,
las luces derramadas en los charcos,
la violencia del viento en las esquinas,
rastros de ellas entre las gotas de la lluvia,
el dolor del silencio
contenido en un amanecer de invierno,
la nieve, la escarcha, el rocío…
cuerpos delatándome entre las sábanas
lo promiscuo de un deseo.
Algo contiene este puente que cruza el desierto,
ese faro habitado por el diablo,
una mirada sin más búsqueda que la certeza
de que todo es imposible y por eso se busca.
El saber de los bosques en los ojos,
el recorrido que el mar deja en la boca,
cada puñado de centeno entre los dedos,
la miel de abejas laboriosas
o el escanciado fruto de lagares,
todo viene a mí envuelto en la luz
o derramándose sobre mi pecho
como un estigma doloroso
o una desazón que se reposa
entre los pliegues volubles de mi desconcierto.
f.
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