Escucho los latidos de un ángel.
Entre las manos me queda el polvo de sus alas.
Un sueño nocturno de puentes levadizos,
el azul y no el blanco satinado de sus labios en mi pecho.
Se ha disuelto un aroma a sándalo
como el humo de un incendio lejano,
he sentido en mi boca
el almizcle en que se junta un silencio y la palabra,
la voz de los sasánidas, la música de un persa,
el laúd envolviendo con sus notas los últimos pasos de la noche.
f.
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