Fue mi boca, desesperada lumbre entretejida a las órdenes del asalto, un ejército que buscaba en cada poro tuyo aliento y deseo, cruzando la umbría y el vértigo más húmedo de tu anatomía.
Resbaló el péndulo. Las horas no eran nuestras, sino de nuestros cuerpos y enhebré caricias a cada latido de tu corazón. Supe desembalar una a una todas las pequeñas preguntas que me hacías, alcanzarte desde la premura, cuando cerrando los ojos te levantabas sobre tu espalda y tus muslos se movían a oleadas dulces de un océano interior que nos hizo naufragar a los dos.
Resbaló el péndulo. Las horas no eran nuestras, sino de nuestros cuerpos y enhebré caricias a cada latido de tu corazón. Supe desembalar una a una todas las pequeñas preguntas que me hacías, alcanzarte desde la premura, cuando cerrando los ojos te levantabas sobre tu espalda y tus muslos se movían a oleadas dulces de un océano interior que nos hizo naufragar a los dos.
F
2 comentarios:
Las horas del cuerpo son horas ganadas, no tengo duda de eso.
Tu palabra es salvaje, invade.
M.
Respuestas que pudo dar tu piel ante su figura, Tiempo inexistente ante cuerpos en fusión. Naufragio esplendoroso, ahogado en besos.
Muy sugestivo.
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