No hay pieles que conserven el azar
ni la sutil promesa de un abrigo.
No hay amantes que desnudos frenen el dolor
si este no se ha sabido conjugar en la soledad de su confesionario.
Quedan los pasos contados que hay entre los dos.
Mi casa se abandona al atardecer
y la tuya inaugura los amaneceres
con el sabor imprescindible del pan recién tostado.
ni la sutil promesa de un abrigo.
No hay amantes que desnudos frenen el dolor
si este no se ha sabido conjugar en la soledad de su confesionario.
Quedan los pasos contados que hay entre los dos.
Mi casa se abandona al atardecer
y la tuya inaugura los amaneceres
con el sabor imprescindible del pan recién tostado.
Nunca lograremos hacer un convenio.
Puede que esta lluvia precise unos segundos de silencio.
Puede que tu mirada sea el reflejo último
y desesperado por acariciarme
sin más tapujos que la ley del tiempo.
Pero puede también que yo no tenga nada más
que esta piel, este deseo,
esta sincera soledad que compartir contigo.
Puede que tu mirada sea el reflejo último
y desesperado por acariciarme
sin más tapujos que la ley del tiempo.
Pero puede también que yo no tenga nada más
que esta piel, este deseo,
esta sincera soledad que compartir contigo.
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