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sábado, 30 de enero de 2010

Entonces no hubo fuego éramos el fuego



Entonces no hubo fuego éramos el fuego
y el bosque y los pájaros incendiados.
Tu cuerpo era agua de lluvia entre mis dedos,
el mío piedra de silex agrietando tu carne,
entrando en los silencios,
muriendo en cada embestida por ti.


Nunca pensaste que el agua de tu cuerpo
fuera a incendiar las sábanas.
Nunca dijiste en voz alta aunque lo pensaste:
“este hombre es un huracán que me perturba,
me hiere en el lado más fértil de mi cuerpo,
en el lugar inequívoco donde soy mujer,
hembra dulce y deseosa de sentir el fuego
y la eternidad de su cuchillo”.




F




3 comentarios:

Laura Gómez Recas dijo...

El agua de lluvia contra el silex, esa embestida, y esa eternidad inherente al filo del cuchillo son las imágenes que dan fuerza erótica a todo el poema.
Cuatro imágenes sumergidas en la esponteneidad de un momento.

Casi es palpable ese momento.

Un beso.
Laura

virgi dijo...

¡Qué hermosas palabras!
Fuego, tierra, agua, aire, unidos en ese acto sublime.
Un abrazo

fgiucich dijo...

Ese fuego que consume con una pasión incontenible. Abrazos.

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