
Sólo somos del desnudo el naufragio,
la parte honda en que la humedad se trasmite
y deja su palabra como oscura sombra y ajena luz.
Tenemos el soplo de la noche,
la brisa que enciende el refugio de los barcos,
los muelles donde descansan los desiertos
y se hacen del bronce,
del arrullo de sábanas y murmullos.
Ardemos de nuevo cada noche.
Sin resquicio, la grieta del amante se hace fuego,
y es silencio en el incendio,
silencio encadenado.
Puedo ver el humo depositar su lava,
ser de la ceniza el cristal donde germina
y esperar siempre en medio del océano,
para caer de nuevo en los acantilados donde se despierta el alba.
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