entregadas al oleaje y a la distancia de las islas,
mientras cabalga la soledad como una centella
y el trueno es el agobio del incendio.
La llama prende, el mar es un topacio,
la piedra de acuoso llanto,
el resplandor de todos los diluvios,
y un faro es el asombro,
lo humano que divisa el final del mundo.