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sábado, 16 de abril de 2011

Café París IV






Un sinfín de islas del tiempo
y las calles vacías en la lluvia.
Tañe el silencio de domingo en las mareas del río.
Las barcazas duermen como lagartos de piedra
con la cadencia de los pasos perdidos por los puentes.
Todos los puentes de la tierra saben del Sena
porque entre sus arcos los sueños traen rémoras,
las que nos hace sonreír sin venir a cuento
y dar una caricia al menos de más
a esa persona que en silencio te da su luz.
Cabe una voz y su mano fría arropada en mi bolsillo.

Los besos saben a fresas francesas limpias,
a biere a presión y expreso con la crema perfecta,
a fotografías entre los árboles y los bulevares
y con la sombra de la torre Eiffel impregnándolo todo.
Los cafés callan y nos acogen en su desnudez
con el calor que todavía tienen de la larga noche
y su déjeneur es un simple incremento de matices,
ensaladas y hierbas aromáticas
como pinceladas impresionistas
y de nuevo la sensación del tiempo detenido,
lo que hace rozarnos mientras hablamos
de les Tuileries o de la Orangerie,
del Louvre o de Les Invalides
como el reconocimiento de lo perdurable,
lo que merece la pena,
aunque sea mayo y haga un frío de invierno.


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