He llegado hasta a ti
como la luz que abre la mañana.
Soy el rescoldo del faro que te alumbra.
La palabra inundándote,
respirando tu cuerpo,
anhelando deshacerte en su marea.
F.
Abro la noche para esperarte.
Me tiendo despacio sobre el océano.
Soy la palabra, el verso que te nombra
con su constante luz
que graba en las olas mi queja.
F.
El ángaro tiene su morse,
tres ráfagas y un silencio.
Constante da vueltas
sobre el horizonte.
Avisa de todos los peligros.
Reconoces esos signos
como propios,
se han quedado grabados en tu piel
y contemplas, desde tu lejanía,
todo lo que la noche te ha dado.
F.
Al borde de tu sueño
regresas a la orilla.
Hay cierta nostalgia
que te llama.
Sabes bien de las huellas
que has sentido
como enredaderas en tu piel.
Ahora vuelves a mí,
Allí, entre las rocas,
sigue siendo luz y sombra
que conoces y te llena.
F.
Hay verbos que tienen su propia luz.
Caricias que surgen en la oscuridad.
Un eco interminable que conoces
que sabe dirimir todas las batallas
para sembrar de luciérnagas tu piel.
F.
Derribo los sueños
que ya no nos sirven
mientras dejo marcas de lluvia
sobre tu piel.
Una vez más soy el ángaro
que ilumina la desolación.
Ciertas palabras que te digo
siempre te hacen estremecer.
F.
Sobre nuestra desnudez
cae la tormenta.
Tanta oscuridad
y solo una luz
recorre el horizonte y el mar
sembrando las olas de caballos de fuego
galopando con nosotros
al ritmo alocado de nuestro deseo.
F.
F.