
Serás a mis manos el pan recién hecho,
caliente y húmedo del todavía.
Una lágrima esgrime el valor de lo perpetuo.
Eterna como todo lo insaciable
vive en segundos todo el dolor del universo
y aunque su silencio es el de la lluvia
guarda el calor de lo inolvidable.
F
Puedo ser la piedra
donde el río se dejó su llanto,
esa marca pérdida que el tiempo lame
construyendo lluvia y fuego
donde antes sólo hubo silencio.
F
Se yerguen ebrias las horas
y se mecen a mí alrededor
como gaviotas erizando la tarde.
Nada nos une,
hay un océano tan grande
entre nosotros
que aunque cruce la esquina y te vea
sólo serás la luz que enaltece el atardecer.
He vivido crepúsculos
que me han quemado el alma,
ahora crezco en la ceniza
como si una huella de abril
tuviera la humedad de la palabra,
o surgiera siempre con ella
un sincero desafío que me sucumbe.
Hay un otoño que se enreda en los ojos de la lluvia
y me cala con su parsimonia de bosque
y su dolor de silencios.
Hay una ausencia,
la que dejan los pájaros
al abandonar los nidos,
la que deja un tren
al dejar atrás un andén vacío.
Todavía callo
cuando veo
en el horizonte
una línea fugaz
con el color púrpura del olvido.
Me haré de noches.
Seré un lobo.
Oscuro.
Negro.
De este tizón de fuego,
arderá un bosque
y en su calima de humo
un rojo silencio
recordará mi ira.