Un tren me llama por mi nombre,
pero oculto en el jardín
dejo pasar la hora de su marcha.
Mientras, ella y la noche me esperan.
No sé si este contar las horas
en que tú no estás
sirve para definir lo que es amor.
O sólo es el deseo de tu boca
como un relámpago
en el silencio de la tarde,
tu piel,
el sentido difuso de tu cuerpo...
Me llamas y voy.
Así hace el relámpago a la lluvia,
y gira alrededor de su luz.
Entregarte a los silencios del faro
y en sus secuencia seguir las estelas
en la noche eterna del océano.
Una, dos, tres ráfagas cortas y una larga
como un minucioso trabajo de arquitectos
donde el agua se enciende
y en un instante se ven las carreteras del mar,
hasta el horizonte que arrastra la penumbra.
Allí los sueños se hacen tangibles
y a ti vuelve con la brisa el sabor de su boca,
la línea sagrada de su cuerpo,
nada más que lo importante,
aquello que te une a la vida.
Sé del agua, de la lluvia interior,
de los cauces oscuros que se llevan la sangre
y en sus pétalos envuelven los deseos y las ausencias.