Un faro es algo más que una palabra, es la luz que un pájaro abandona en el cielo, la llamada agreste de lo abandonado, el sabor del peligro, la caricia de la brisa, su mirada, el azul olvido donde yo te espero.
Rencor de las horas,
el día adormece tu dicha.
Isla de soledad,
impenetrable como un suspiro
anuncias ser vigía del silencio.
Tu voz es callada como la noche
y aunque respiras con largos destellos
tus breves palabras llegan lejos,
habitan el horizonte de un libro eterno,
trasmites el calor del ángaro
cuando una mirada busca saber
donde se encuentra un nuevo refugio.
Sabes de mí, esta duna del mar que avanza sola, que se interna entre las olas lentamente, como un barco mercante en busca de un horizonte lejano y eterno. Recórreme, vengo del faro, soy difusa como su luz aunque mi huella en tu piel sea de arena y él se aleje fugaz tras besarte y retener tu sombra en su pupila.
Un océano es un bosque de azulados abismos, en él se pierden las palabras como gaviotas buscando el horizonte. Poseo de tu nombre todas las letras y lanzo mis caricias lejos, esa lejanía de lo imprevisible, el lugar por donde vienen siempre los barcos. Para llegar a ti no basta con creer en el mañana, debo ser constante, y todas las noches iluminar el camino que nos acerca al cielo.
De lejos, vendrá de lejos, porque a veces las llamadas se hacen de señales invisibles para otros, vínculos de fuego que queman la noche y que sólo ella sabe ver cuando en el silencio resuenan tres ráfagas de luz que conmueven el agua y una larga espera que la nombra.