
No es la soledad una mujer que sepa devorar las prisas,
a veces, se sienta en los remansos de la tarde
y mira con sus ojos negros la caída precisa de lo bello.
Tiene un sabor en su boca de todo lo pasado,
se ama a si misma por saberse ausente de otros,
pero de vez en cuando se aleja de todos,
prefiere ser la sombra que acompaña los postres de una mesa
y ese silencio que sin querer,
como una muerte certera,
dejan los amantes al darse la vuelta en la cama.
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